jueves, 5 de marzo de 2009

Psiquiátrico central



En la habitación 103
un enfermo ejemplar
pasaba hojas
recogía apuntes
y anotaba en las paredes
citas con ilusión.

Pero sus libros apilados pulcramente
regalos personales de sus amigos íntimos
no tenían palabras escritas.
Sólo las tapas dibujadas
delataban su presencia.
Cuencos vacíos
en medio de la sed.

Su lectura incansable
entre sueños diluidos
y razonamientos agotados
no impedían
rayando en la locura
alguna cordura.

En sus ratos libres
nos hablaba con pasión
del cariño simple de Dios
la ternura vacía del mediodía
o de las botas viajeras del diablo.

Admirábamos
en la caída de la tarde
el dibujo de sus brazos
arañando epopeyas sin nombre
o el mirar santo de sus ojos
recitando poemas de amor.

En una ocasión
nos habló del sexo
ese reptil dormido
sobre la luz del mundo.
Ya no tenía él
el blanco recuerdo del mismo
sobre sus pieles azotadas
ni caminaba presumido
por sus senderos estrechos.

En sus últimos días
nos confesó tardíamente
que escribía un libro.
Este navegaba lento
entre la ruinas de si mismo
y la sorpresa de todos.

Naturalmente
en blanco

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