
Desnudo tu cuerpo
en un ejercicio permanente
de herejía desbocada.
De mis tinieblas vengo
cual ermitaño desconocido
lleno de inútiles palabras
abocadas como becerros de oro
a la lengua del deseo.
A mis huesos pertenezco
y con algunos postres más
algo me considero.
Algo desde lo que llegar
al páramo húmedo y caliente
de tu piel milenaria
al fruto primitivo y fugaz
de la morada cóncava de lo eterno.
Sin rostro
no hace falta
en nuestro artefacto nos detenemos
y vemos pasar el mundo
extendido plano y mediocre
y nuestra luz aquí cerca
nos lleva implacables
al desprecio absoluto vomitivo
del resto.
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