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Yo duermo
con el colchón al suelo
y mis huesos posados
en la levitación del sueño.
Tiene sus ventajas.
Se ve muy bien
un batallón de hormigas
llevando restos de todo.
Las migajas perdidas de uno mismo
o los mosquitos inocentes
muertos por hambre
en la trampa de mi cubo vital.
Los llevan y los traen
como sepultureros intransigentes
llevando restos de naufragios
sin sentimientos aparentes.
Los más grandes
imposibles de cruzar
las grietas de las maderas
o el pliegue indiscreto del muro
son comidos digeridos
vaciados pulcramente
y quedan ahí
como caracolas muertas
surcos de viajes infinitos
osarios de proteinas ya desnudas
en las arenas de la memoria.
Este ser colectivo
y sus digestiones indefinidas
en su eficiencia absoluta
no tiene aún la virtud
de matar sin compasión.
Afortunadamente
me voy a dormir
con alguna tranquilidad
más bien incierta.
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