lunes, 13 de abril de 2009

Crisis, qué crisis


Vamos a cortar
cabezas de gorriones
como si fueran orejas de banqueros
y sacar todos los armarios a la calle
con los pies por delante
anónimamente
para no ofender las teorías cicatrizantes
del estado del bienestar.

Las calles se han cubierto ya
de todo un olvido permanente
y los hombres de provecho
se pasean como saurios
buscando frutas prohibidas
en medio del matadero aséptico
de los planes de futuro.

Nada ha permanecido igual
desde la gran crisis
de tramposos en bicicleta,
paseándose por sus salarios
con primas sin arrepentimiento
contratos blindados
y otras bonificaciones aventuradas.

En este espejismo
sin actores principales
todo se esfumó.
La vida dejó de serla
y una herrumbre antigua
con sabor a pobres disimulados
se ha extendido
por las plazas mercados
y apesta ya su sombra
tras la cara maquillada
de algún suicidio esperado.

Solamente en los bancos
santas catedrales
de la ilusión más canalla
permanece el dinero insomne
a la espera de sueños
deudores y cuentos disecados.

Los ricos
dejaron de emular
las gracias de los pobres
sus muecas gestos
y quiebros de nuevos allegados
al festín del exceso,
y han dado permiso
para ser una vez más
simplemente pobres.

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