Los alerones
han conducido de forma precisa
el dócil flujo del aire.
Las guerras más horribles
también han generado
los mejores índices
a los de siempre.
Y los dioses
no han escapado de forma alguna
de los ventanales indígenas
de las iglesias.
Ya ven
todas las caídas previsibles
no han generado saltos
fragmentos abandonos
o aventuras genéticas.
Sólo las palabras
se lanzan guturales
-digitales ahora-
impulso tras impulso
a esta llama azulada
que es la poesía.
Aquí mueren irreparables
diarreicas y mudas
en la especulación permanente
de este mundo sin objetivo.
Los alerones se mueven
otra vez fiables y ciegos
a otro supuesto rumbo
sin llamas o luces
sobre las pantallas verdes
de la melancolía.
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