y los labios de la mañana
nos pertenecían
como un testamento
de nuestros besos en consenso
Tu cuerpo
sobrevolaba la penuria de tus sueños
y yo zarpaba ya
tras los ventanales del mundo
Los horizontes
se llenaban de manos y rostros
y las calles
aparecían a remolque
del silencio de la noche
ya sin tripulación conocida
Nuevas velas
provenientes de otros vientos
y camarotes deudores
de todo aquel deseo
nos observan sin decir nada.
La carne
nada sabe de todo esto
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