miércoles, 16 de septiembre de 2009

Alguna vez fuimos niños

Nos hemos caído todos,
los brazos del sofá más anodino
los pies sin dueño de un pasillo iluminado
y las mil y una posiciones de aquel amor
que inundó las mejores estancias
y los paladares del sexo mejor entrenados

Nada ha permanecido
salvo la impostura del recuerdo
en los brazos rotos de las muñecas olvidadas
ya propietarias de un desván carcelario,
junto a los cuadernos escolares que rezan
sin aliento en los pecados más primarios
de todos los catecismos.

Todo se lo llevó
la luz arqueada en posición de asalto
-tensa y solidificada hasta la asfixia-
tras los ventanales vigilantes
de alguna fría mañana de enero.

Hemos llegado con retraso
para ver los restos bien conservados
de las bicicletas animadas de niños
en las calles vírgenes de harapos
tras las primeras dotes del deseo

Miramos lejanamente
sin grandes aspavientos
la cosa vieja y oxidada
en que nos hemos convertido.

Voy a sonreír un rato
para evitar la herrumbre
y el consabido ejercicio sin futuro
de estas vertebras mal engrasadas.

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