Aquí está siempre uno
todos los días
frente a las graderías del mundo.
A medias
de un cesar victorioso
o de la ejecución máxima
del preso sentado y ausente
en miles de miradas de ambar.
Y de ese tumulto odioso
hay una respiración branquial
ronca como el viento del frío invierno
que ejecuta bailes de guerra
y justifica lo indecible.
Narrar el horror
es casi imposible
ni lo merece.
Sólo la obligación
de la memoria consecuente
me puede obligar a ello,
y por ello estoy presente
todos los días
detrás de la formación de fantasmas
que transitan por el tubo del olvido.
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