debiera ya no escribir
o escribir absolutamente nada
y que las aceras arruinadas de los momentos cotidianos
se llenasen de imágenes y tactos desposeídos.
O que sencillamente los sombreros femeninos
se aproximasen al símbolo desconocido de uno mismo.
Puede arder todo tranquilamente
hasta el tiempo de forma exclusiva
sin la compañía asombrosa y venenosa
de la palabra desentrenada.
Se pueden caer
los rostros abiertos de los cuadros
las manos más limpias de los santos
o las sonrisas de los niños
en los fotogramas distribuidos
de los escritorios climatizados,
lejos del horror
y el abismo de la impotencia.
Si no puedo escribir flores
en los delantales del invierno
y sólo los lagartos humanos
han sido invitados
al festín de la desesperación
tal vez no debiera escribir
o escribir aboslutamente nada.
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