He visto
las monedas del amor
en los caminos encontrados
de los patios de la juventud.
Y he visto también
los cueros aceitados del horror
en la agonía de los signos,
cuando la verdad opaca y supuesta
se posaba en las ciudades
y las sábanas de los poderosos
hablaban de la pureza del mercurio.
Pero entre inviernos y viajes
sólo permanece insoluble
los ojos vivos y despiertos
de aquel cúmulo de niños
que olvidaron llorar para siempre.
La eternidad de los gestos
y los alambres de la memoria
me mantienen todavía
en la lluvia abrasadora de la palabra.
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